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La galera de la vida

Leyendo Diario de la galera de Imre Kertész me encontré esta reflexión con la cual estoy muy familiarizada. ¿Qué es la vida?

 La vida: tiempo que pasamos dedicados a cosas en gran parte superfluas. La característica principal del «santo» no es quizá la obsesión, la monomanía, sino el terror a perder el tiempo. El tiempo lleva el sello de lo insustancial, hasta que se cumple su terrible mandato, la senectud y la muerte. En Europa todo se resuelve con el trabajo o, mejor dicho, con el servicio laboral. Pasar por el paso subterráneo y darse de bruces con el trajín. ¿Adonde van tan deprisa? No es una pregunta barata referida a la muerte; se trata de que lo insustancial les resulta tan importante. Levantarse por la mañana, la higiene, la familia, los medios de transporte, ocho horas de trabajo —en su mayoría actividades insustanciales que no forman parte de la existencia—, luego la compra, más medios de transporte, un poco de diversión—que no afecte a la existencia, de ser posible—, en el mejor de los casos un acto sexual y, por último, el sueño o el insomnio. Viven sus vidas sin participar de ellas en absoluto, y al final, a pesar de todo, han de ver cuanto ocurre como aquello que es: como sus vidas. Finalmente he conseguido escapar al destino impersonal; mi aventura más grande soy yo, a pesar de todo. Tal como lo he pensado y como lo he construido. El desafío: a despecho de todo. Trabajando abajo, en las profundidades de la mina; en silencio, apretando los dientes. Ahora, aunque sigo «ocurriendo», básicamente he acabado; han pasado cincuenta y cinco años y la muerte puede llevarme en cualquier momento.

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La oración del intolerante

-«Padrecito, Padrecito, no me dejes nunca caer en una minoría»

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El extranjero

Anoche tuve un sueño curioso. Reviví mi adolescencia (muy probable resultado de haber estado viendo viejas fotografías). El entorno, ¡Oh, imaginación!, era una mezcla entre pueblo marinero gallego y Buenos Aires, y se combinaban calles intrincadas y angostas de casas azulejadas con las anchas y luminosas avenidas del barrio en el que crecí.
Había en mi sueño bastante gente, pero no la reconozco. No sé si eran personas olvidadas o potpourris creados por mi subconsciente. Estábamos reunidos, o de copas, o viajando en coche, todos hablando.
Pero lo mas real del sueño era la sensación, un sentimiento que me ha acompañado toda mi vida: el de no encajar. Muchas veces era algo notable, «¿que hago yo aquí?», otras no, y me emocionaba, solo para caer tarde o temprano en la desilusión. Y es que me ha costado años y viajes entenderlo: algunos somos extranjeros, y eso tiene poco que ver con el país en el que hayamos nacido.
Los extranjeros pueden acercarse a los grupos locales, interactuar, comportarse como si pertenecieran. Pero en algún momento el grupo cerrará filas, quizás por una amenaza exterior, quizás por un conflicto entre un local y un extranjero. Y el resultado rara vez varía: «es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». No intentes competir con eso. La cirugía puede ser mas o menos dolorosa, pero el cuerpo extraño se extirpa.
Y da igual dónde haya nacido. El extranjero no es alguien que ha nacido lejos, es alguien que no tiene lugar entre los demás. Puede llegar, sonreír, puede llevarse bien con los locales. Puede incluso participar como peón, dejarse utilizar. Pero no intente ir mas allá. Después de un par de copas, tome el próximo tren.

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¿Qué herencia sino ésa recibimos? ¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

Viviendo en un país lleno de gentes con mentalidad de esclavos o de sucia turba romana que solo piden «pan y circo» cómo no pensar en Luis Cernuda? Sí soy española, pero bien poco orgullo se puede tener ya.

Cuando allá dicen unos
Que mis versos nacieron
De la separación y la nostalgia
Por la que fue mi tierra,
¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
Escuchemos su coro concertado,
Adonde la creída dominante
Es tan sólo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa dura escala
Que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
Adonde ahora todo nace muerto,
Vive muerto y muere muerto;
Pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
Con restaurados restos y reliquias,
A la que dan escolta hábitos y uniformes,
En medio del silencio: todos mudos,
Desolados del desorden endémico
Que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
Revancha contra quienes la negaron:
La historia de mi tierra fue actuada
Por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
Sino de siempre. Por eso es hoy.
La existencia española, llegada al paroxismo,
Estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
En creer que la razón de soberbia adolece
y ante el cual se grita impune:
Muera la inteligencia, predestinado estaba
A acabar adorando las cadenas
y que ese culto obsceno le trajese
.Adonde hoy le vemos: en cadenas,
Sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy .
A la manera de aquellos que no pueden
Ser otra cosa: y entre todas las cargas
Que, al nacer yo, el destino pusiera
Sobre mí, ha sido ésa la más dura.
No he cambiado de tierra,
Porque no es posible a quien su lengua une,
Hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
La misma lengua con que hablaron antes,
y mucho antes de nacer nosotros,
Las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
No es el poeta sólo quien ahí habla,
Sino las bocas mudas de los suyos
A quienes él da voz y les libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
Su tradición escoge, ni su tierra,
Ni tampoco su lengua; él las sirve,
Fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
Es para su conciencia; y yo a ésa sirvo
Pues, sirviéndola, así a la poesía
Al mismo tiempo sirvo.

Soy español sin ganas
Que vive como puede bien lejos de su tierra
Sin pesar ni nostalgia. He aprendido
El oficio de hombre duramente,
Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
cuyas maneras rara vez me fueron propias,
Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
Compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(Quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
O para aquellos pocos que me escuchen
Con bien dispuesto entendimiento.
Aquellos que como yo respeten
El albedrío libre humano
Disponiendo la vida que hoy es nuestra,
Diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

¿Qué herencia sino ésa recibimos?
¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

Desolación de la quimera (1962) Luis Cernuda

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El hombre-máquina

Hoy me desperté muy temprano, soñando con una invasión alienígena. Era un asco de sueño, así que preferí levantarme.
El cielo estaba completamente nublado, me vestí y salí con mi cámara a sacar fotos. Los días nublados son mejores para fotografiar, al menos en blanco y negro, y al menos para mí. A pleno sol, y mas en este verano tropical, todo se ve brillante, es como si en un concierto el baterista golpease los platillos constantemente hasta que te duelen los tímpanos, pero en las retinas.
Cuando sacas fotos a pleno sol las luces son blanquísimas y las sombras son muy oscuras. Debes elegir una parte de la imagen, abrir o cerrar el diafragma de acuerdo a ello, y resignarte a perder el resto. Los ojos hacen algo parecido, pero de forma automática y muy rápida: allí donde miramos, enfocan y adaptan el diafragma. Siempre es en un punto, o una zona reducida (el tamaño de la zona que miramos depende, aparentemente, de cada uno). Y para el resto de la imagen el cerebro se encarga de corregirla, completarla o ignorarla. La cámara en cambio es precisa e implacable. Y también honesta, sin engaños ni realidades inventadas para ocupar el espacio vacío.
Sacar fotos es convertirse por un momento en máquina. Algunos creen que «usas» una máquina. Son los que no saben sacar fotos. Te conviertes en máquina, giras un anillo y enfocas con tu ojo mecánico, giras otro anillo y lo adaptas a la cantidad de luz. Pulsas un botón y guardas ese recuerdo para siempre.
La gente suele (o solía) sentirse defraudada al ver las fotos de sus vacaciones. Las fotos no representan lo que ellos vieron. Te dicen «lo que había no se puede captar con una cámara». En realidad es que intentaban captar lo que había en su mente, no lo que estaban mirando. Cuando te conviertes en máquina te das cuenta de lo que hay, y de lo que no hay. Y por eso dejas de hacer muchas fotografías. También dejas de estar feliz y triste.
El cine muchas veces ha retratado a hombres-máquina, y usualmente así, porque los cineastas suelen conocer la cámara. En la literatura en cambio son diferentes.
Las cámaras modernas, y cada vez mas, abstraen a la persona de la máquina. No la humanizan, sencillamente la informatizan. La persona sigue deshumanizada y la máquina ha sido desmecanizada. La persona, que ha sacrificado el vivir la experiencia para fotografiarla (aunque sea por un momento), ya no la vive ni siquiera como máquina. La cámara saca la foto y la muestra: «¿estás conforme con éste recuerdo, o quieres otro?» ¿y como saberlo?.
Al final salió el sol. Se ha pasado el momento de la máquina y he vuelto a casa. La persona sigue ahí durmiendo. Espero que haya acabado la invasión alienígena.

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