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La galera de la vida

Leyendo Diario de la galera de Imre Kertész me encontré esta reflexión con la cual estoy muy familiarizada. ¿Qué es la vida?

 La vida: tiempo que pasamos dedicados a cosas en gran parte superfluas. La característica principal del «santo» no es quizá la obsesión, la monomanía, sino el terror a perder el tiempo. El tiempo lleva el sello de lo insustancial, hasta que se cumple su terrible mandato, la senectud y la muerte. En Europa todo se resuelve con el trabajo o, mejor dicho, con el servicio laboral. Pasar por el paso subterráneo y darse de bruces con el trajín. ¿Adonde van tan deprisa? No es una pregunta barata referida a la muerte; se trata de que lo insustancial les resulta tan importante. Levantarse por la mañana, la higiene, la familia, los medios de transporte, ocho horas de trabajo —en su mayoría actividades insustanciales que no forman parte de la existencia—, luego la compra, más medios de transporte, un poco de diversión—que no afecte a la existencia, de ser posible—, en el mejor de los casos un acto sexual y, por último, el sueño o el insomnio. Viven sus vidas sin participar de ellas en absoluto, y al final, a pesar de todo, han de ver cuanto ocurre como aquello que es: como sus vidas. Finalmente he conseguido escapar al destino impersonal; mi aventura más grande soy yo, a pesar de todo. Tal como lo he pensado y como lo he construido. El desafío: a despecho de todo. Trabajando abajo, en las profundidades de la mina; en silencio, apretando los dientes. Ahora, aunque sigo «ocurriendo», básicamente he acabado; han pasado cincuenta y cinco años y la muerte puede llevarme en cualquier momento.

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Rastros todos de una tradición conventual

Pero tal vez es exagerado. Lo que seguramente debo a su frecuentación es el asco a ciertas costumbres viciosas, a ciertos tics del comportamiento social. Mi rebeldía, por ejemplo, a admitir calificaciones de las gentes a partir de trivialidades o a aceptar con una sonrisa el libre intercambio de la maledicencia a condición de que no llegue demasiado lejos o a mantener en continuo movimiento un turno de superficiales prelaciones afectivas que se alimenta por conspiración. Rastros todos de una tradición conventual (p. 173, Memorias, Carlos Barral, 2001 Ed. Península).

Estoy leyendo estos días las Memorias de Carlos Barral y lo más interesante de momento son los episodios de la infancia y la juventud en una España gris, cenicienta, calcinada y anodina. ¿Hacia ahí regresamos?

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Chau, Sabato

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¿Por qué se suicidan las ballenas?

Es el título del libro de Ramón Sender que estoy releyendo.

No importa cuánto estudie, mi conocimiento siempre será ínfimo y mi ignorancia será infinita, es lo que pasa siempre que intentamos luchar contra el infinito (ésto lo negará don Ramón), y de ahí que hasta hace un par de días no sabía yo quién era ni qué había escrito este hombre. En pocas páginas capté su ácida ironía, y a través de todo el libro me demostró una forma hermosa de ver la vida, incluso desde el pesimismo ante la estupidez humana.

Difícil elegir un solo fragmento, ahí va uno:

«Los delfines y los hombres somos los seres más inteligentes de la tierra. Según los sabios.
En la comparación tal vez salimos perdiendo ya que los delfines renunciaron desde el principio a acuñar moneda, a fabricar barcos (navegan ellos mejor) y a construir edificios y ciudades (el océano es su casa) y sobre todo a inventar cohetes nucleares que destruyen en un minuto barcos, casas y también esas ciudades que tardaron siglos en ser construidas.
Navegan los delfines más de prisa que el velero bergantín, el submarino o el destroyer, pueden vivir dentro o fuera del mar, juegan con el hombre o el niño que a veces los cabalga y salta con ellos sobre las olas. Vive más años que nosotros, no filosofa sobre la muerte y al parecer es feliz.»

No necesitaron decirme que era un ácrata y pacifista.

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Te vamos a extrañar

Hace unas horas ha muerto Mario Benedetti. Y tengo ganas de llorar. No sé bién qué poesía poner. Elijo una.

Rostro de vos

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor.

Sin temblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición.

Mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.

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