Archivo junio, 2012
El angustioso aislamiento de la vida en Canarias
Por pereyra - derechos torcidos, politica - 27/06/2012
Mi cámara digital Olympus se ha averiado. Es una lástima, porque me gusta mucho, aunque sea antigua (en términos de equipamiento digital), y estoy tan habituado a usarla que no me gustaría cambiarla por otra.
En fin, que me he puesto en contacto con Olympus, y me han indicado que tengo que remitirles la cámara a través de la empresa de mensajería Nacex. Y aquí es donde empieza el abuso: En la empresa de mensajería me dicen que tengo que hacer una declaración de aduana, por lo que sale de la isla y por lo que entra, es decir que tendré que pagar aduana dos veces por mi cámara. Le digo que no es una venta, que se trata de enviar el objeto al servicio técnico oficial para España de la marca, pero me insiste que da igual, que debo pagar a un Agente de Aduanas para que verifique esa exportación/importación. Me dice que «aproximadamente», a falta de que el agente verifique la tarifa, me saldría unos 50€ sobre la base de que la cámara costase 200€ (aparte del gasto del envío propiamente dicho). La información es muy vaga, aunque intento que me especifique qué conceptos me cobrarán, no me ha dicho si tendré que pagar iva o igic, o si todo el importe es para satisfacer los «honorarios» del agente.
Me queda pendiente ir a Hacienda a informarme sobre la legalidad de este trámite, y sobre la posibilidad de realizarlo sin pasar por el agente de aduanas, que es un ente privado.
Algunos dirán: «pero ahí no pagan IVA». Y es verdad, aquí se paga IGIC del 5% en lugar del 18% de IVA, pero esa diferencia nunca se traslada al usuario final. Hay un pastel muy jugoso del 13% de todo el dinero que se gasta en Canarias, que alguien se lo queda, pero desde luego no son los consumidores.
El hombre-máquina
Por pereyra - fotografía, pensamientos - 15/06/2012
Hoy me desperté muy temprano, soñando con una invasión alienígena. Era un asco de sueño, así que preferí levantarme.
El cielo estaba completamente nublado, me vestí y salí con mi cámara a sacar fotos. Los días nublados son mejores para fotografiar, al menos en blanco y negro, y al menos para mí. A pleno sol, y mas en este verano tropical, todo se ve brillante, es como si en un concierto el baterista golpease los platillos constantemente hasta que te duelen los tímpanos, pero en las retinas.
Cuando sacas fotos a pleno sol las luces son blanquísimas y las sombras son muy oscuras. Debes elegir una parte de la imagen, abrir o cerrar el diafragma de acuerdo a ello, y resignarte a perder el resto. Los ojos hacen algo parecido, pero de forma automática y muy rápida: allí donde miramos, enfocan y adaptan el diafragma. Siempre es en un punto, o una zona reducida (el tamaño de la zona que miramos depende, aparentemente, de cada uno). Y para el resto de la imagen el cerebro se encarga de corregirla, completarla o ignorarla. La cámara en cambio es precisa e implacable. Y también honesta, sin engaños ni realidades inventadas para ocupar el espacio vacío.
Sacar fotos es convertirse por un momento en máquina. Algunos creen que «usas» una máquina. Son los que no saben sacar fotos. Te conviertes en máquina, giras un anillo y enfocas con tu ojo mecánico, giras otro anillo y lo adaptas a la cantidad de luz. Pulsas un botón y guardas ese recuerdo para siempre.
La gente suele (o solía) sentirse defraudada al ver las fotos de sus vacaciones. Las fotos no representan lo que ellos vieron. Te dicen «lo que había no se puede captar con una cámara». En realidad es que intentaban captar lo que había en su mente, no lo que estaban mirando. Cuando te conviertes en máquina te das cuenta de lo que hay, y de lo que no hay. Y por eso dejas de hacer muchas fotografías. También dejas de estar feliz y triste.
El cine muchas veces ha retratado a hombres-máquina, y usualmente así, porque los cineastas suelen conocer la cámara. En la literatura en cambio son diferentes.
Las cámaras modernas, y cada vez mas, abstraen a la persona de la máquina. No la humanizan, sencillamente la informatizan. La persona sigue deshumanizada y la máquina ha sido desmecanizada. La persona, que ha sacrificado el vivir la experiencia para fotografiarla (aunque sea por un momento), ya no la vive ni siquiera como máquina. La cámara saca la foto y la muestra: «¿estás conforme con éste recuerdo, o quieres otro?» ¿y como saberlo?.
Al final salió el sol. Se ha pasado el momento de la máquina y he vuelto a casa. La persona sigue ahí durmiendo. Espero que haya acabado la invasión alienígena.