Anoche tuve un sueño curioso. Revivà mi adolescencia (muy probable resultado de haber estado viendo viejas fotografÃas). El entorno, ¡Oh, imaginación!, era una mezcla entre pueblo marinero gallego y Buenos Aires, y se combinaban calles intrincadas y angostas de casas azulejadas con las anchas y luminosas avenidas del barrio en el que crecÃ.
HabÃa en mi sueño bastante gente, pero no la reconozco. No sé si eran personas olvidadas o potpourris creados por mi subconsciente. Estábamos reunidos, o de copas, o viajando en coche, todos hablando.
Pero lo mas real del sueño era la sensación, un sentimiento que me ha acompañado toda mi vida: el de no encajar. Muchas veces era algo notable, «Â¿que hago yo aquÃ?», otras no, y me emocionaba, solo para caer tarde o temprano en la desilusión. Y es que me ha costado años y viajes entenderlo: algunos somos extranjeros, y eso tiene poco que ver con el paÃs en el que hayamos nacido.
Los extranjeros pueden acercarse a los grupos locales, interactuar, comportarse como si pertenecieran. Pero en algún momento el grupo cerrará filas, quizás por una amenaza exterior, quizás por un conflicto entre un local y un extranjero. Y el resultado rara vez varÃa: «es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». No intentes competir con eso. La cirugÃa puede ser mas o menos dolorosa, pero el cuerpo extraño se extirpa.
Y da igual dónde haya nacido. El extranjero no es alguien que ha nacido lejos, es alguien que no tiene lugar entre los demás. Puede llegar, sonreÃr, puede llevarse bien con los locales. Puede incluso participar como peón, dejarse utilizar. Pero no intente ir mas allá. Después de un par de copas, tome el próximo tren.
El extranjero
- No hay Comentarios