Tengo sed. Tengo muchísima sed.


Hace un tiempo, mi socia y medio cítrico me enseñó el blog de Rafael Reig. Muy interesante y divertido. Se disfruta con lo que escribe, con cómo lo escribe, y con las fotos que acompañan los textos, en las que hay que buscar a la gente entre los cubatas.

Y hace como una semana la socia va a la biblioteca y saca «Manual de Literatura para Caníbales», el último (creo) libro de Reig. ¡Que delicia! Estoy aprendiendo literatura como casi nunca he aprendido (digo «casi», y recuerdo a mi profe de literatura de 2º año…). Reig hace un repaso de todos aquellos personajes de los que tenemos (algunos, como yo) un ligero conocimiento, metido a patadas en la escuela o que leímos en el baño cuando no había otras cosas con más imágenes. Uno a uno los va destruyendo, o mejor dicho: echando abajo la imágen romántica que teníamos de ellos, muy bien inventada y mantenida por los divulgadores que se empeñan en convertir la poesía en algo solemnemente estéril, que se escribe en un despacho, y que se lee vestido de traje en un salón financiado por algún banco y delante de un montón de viejas ataviadas con tapados de piel, o que se festeja entre ministros en largas jornadas de lectura que nadie oye, en el proclamado dia, mes, año o siglo de la literatura… ya me estoy yendo por las ramas…

Decía que destruye la imágen que teníamos de esos escritores, para luego volver a escribirla, mucho mas humana y real, y también mas emocionante y admirable (o no, porque con algunos se ceba con gusto, ¡y tan a gusto que se quedan él y el lector!). Recién terminado el capítulo dedicado mayormente a Rubén Darío me han entrado unas ganas bárbaras de leerlo, acompañado de un coñac o un wiski. Solo me falta el libro.

Quédense con el nombre: «Manual de Literatura para Caníbales», de Rafael Reig.

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